La música, desde mi perspectiva, es como la religión: las principales influencias dentro de una y otra se adquieren a una edad temprana y, aunque a lo largo de la vida, los meses, las semanas, los días o incluso las horas, las preferencias con las que comulgamos varíen de formas tan locas, finalmente, uno termina volviendo a sus raíces en esos momentos de fragilidad y debilidad. Por lo menos una prueba tengo para justificar mi planteamiento: yo misma. De los primeros contactos conscientes que hice con la música, me queda el recuerdo de esas baladas románticas de Nino Bravo o de Manolo Galván cantadas por mi papá a viva voz en la sala de la casa. En esa época, la música para mí representaba los sentimientos que le despierta a uno el vivir lo lindo de la vida, pero también lo feo y lo malo, la música era emoción en su máxima expresión en esas letras, enamoradas y heridas, que escuchaba de él.

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