martes, 6 de junio de 2017

Historias: Un cohete para viajar hasta mis primeros recuerdos de la música


La música, desde mi perspectiva, es como la religión: las principales influencias dentro de una y otra se adquieren a una edad temprana y, aunque a lo largo de la vida, los meses, las semanas, los días o incluso las horas, las preferencias con las que comulgamos varíen de formas tan locas, finalmente, uno termina volviendo a sus raíces en esos momentos de fragilidad y debilidad. Por lo menos una prueba tengo para justificar mi planteamiento: yo misma. De los primeros contactos conscientes que hice con la música, me queda el recuerdo de esas baladas románticas de Nino Bravo o de Manolo Galván cantadas por mi papá a viva voz en la sala de la casa. En esa época, la música para mí representaba los sentimientos que le despierta a uno el vivir lo lindo de la vida, pero también lo feo y lo malo, la música era emoción en su máxima expresión en esas letras, enamoradas y heridas, que escuchaba de él.



Hoy, recordando lo del ayer para escribirlo, entiendo que lo que la música representa para mí, sigue siendo la emoción; la emoción no como un concepto dentro del que sean válidas sólo algunas expresiones, como la alegría y la euforia, sino que también acoge a la tristeza, la rabia, la nostalgia y cualquiera sea la que despierte en mí la música. Y con esa mezcla exótica y deliciosa de gustos musicales que he ido guardando en la cabeza, como si de una biblioteca virtual se tratase, comprendo que, aunque no con una periodicidad establecida, terminan sonando de nuevo algunas de esas baladas románticas de concierto de sala de cuando la música y yo aún nos estábamos conociendo.


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